A menudo navegamos la vida enfocados en lo que nos falta, en la siguiente meta o en la herida pasada. Sin embargo, la gratitud es el ancla que nos devuelve al presente, permitiéndonos ver la abundancia que ya nos rodea. No es ignorar las dificultades, sino elegir dónde ponemos nuestra atención.
Agradecer a la vida es un acto revolucionario. Es encontrar asombro en lo cotidiano: el sabor del café, una conversación sincera, el simple privilegio de respirar. Es reconocer que, a pesar del caos, estar aquí es, en sí mismo, un milagro. Esta perspectiva no cambia las circunstancias, pero sí transforma nuestra experiencia de ellas, reemplazando el peso de la queja por la ligereza del aprecio.